Carnaval en Venecia.

04.02.2021

     Alguna vez me ha asaltado la idea de si la literatura podría ser considerada arte. Cuando un escritor escribe sus fantasías o realidades da cuerpo con palabras, que no son más que parcos y neutros símbolos, a esa alma esquiva que en su mente aún es solo una idea. La mima, la retoca, la cuida y la viste con los ropajes de palabras, para que no sienta frío o no padezca los rigores del calor. Y el conjunto que crea es arte, para mí lo es. La literatura es arte con mayúsculas, y el arte es, ante todo, poder. Curioso, igual que sucede en el BDSM, donde se establece una relación de poder entre un amo y su sumiso; una relación equilibrada y, sobre todo, necesaria entre ambos. Una relación de poder similar a la que se da entre un escritor y su lector.


     Ese arte que el escritor crea es el poder de someter, de hablar al corazón de las personas, de emocionar, de conmover. Es el poder de turbar los ánimos y de remover las consciencias; de obedecer y también de someterse a la tiránica necesidad del Amo o del escritor, dejándonos con total crueldad hambrientos de sus órdenes o de sus fantasías, pues a veces, ambas lo mismo son. Este arte, ese conjuro de ese mago escritor, le habla a la mente, pero, ladino, no se conforma con ello, sino que eriza con sutiles escalofríos los sentidos. Hace reflexionar al tiempo que nos maravilla la vista, nos hace paladear lo que evoca y relamernos a la espera de otro momento en que podamos degustarlo. Oímos en las palabras los cantos de sirena que nos pierden en conocidos o extraños mundos; nuestras yemas casi palpan lo que vemos y nuestros labios sienten ese beso que nos confunde, que nos deja sin fuerzas y nos hace temblar, al tiempo que sentimos cómo nos da fuego y vida, o incluso sentimos la quemazón de esa bofetada que nos enrojece la piel, de esa lágrima que rueda por la mejilla o de esa sangre caliente que mana sin contención de la herida abierta. Y todo quema, todo duele, pero nada arde ni te aniquila, tan solo te hace más fuerte, si es que sobrevives a sus ataques.

     No se consume ni nos consume nunca, porque tanto el Amo como el escritor nos quieren hambrientos y perversos. Nos harán oler el aroma de la anticipación, del deseo o del miedo, de la oscura pasión que con nuestro consentimiento dejamos que nos ate, pues no queremos ser rebeldes, tan solo queremos ser liberados. Ese arte sacará a la luz fragmentos de verdad en la oscuridad de la ignorancia. Nos abrirá la mente, nos hará cuestionarnos y posicionarnos siempre. No nos dejará nunca indiferentes, salvo que queramos, quizás cobardemente, optar por ello, por supuesto. Somos libres de elegir. Somos libres de obedecer o de desobedecer, de seguir leyendo o de cerrar el libro.

     En resumen, con todo nuestro consentimiento el arte corrompe y manipula. Es agradable o tentador. Hace plausible la mentira. Nos hace soñar lo que no es, pero ¿qué es lo que es? Solo el escritor, quizás, lo supo una vez antes de que su idea comenzará a mimar, antes de que el Amo su orden nos diera. Solo tal vez lo supieron durante un fugaz instante, ¿verdad? Un instante y nada más.

     ¡Bueno, mis queridos lectores! Después de haceros pensar un poco en todo esto, no seré demasiado cruel: os premiaré y dejaré el comienzo de la madeja de una de las historias que pronto verán la luz con Grimnir Ediciones: X.O.X: Castillos de fuegos, castillos de juegos. Un cuento infiel. Espero que os guste lo suficiente como para aguardar hambrientos su continuación, porque pronto os dejaré devorarlo.

     Podéis descargar el relato a continuación.